Nota a Mariano Tripiana

Reproducimos nota que salió en el portal mdz on line a Mariano Tripiana, hijo de Francisco Tripiana.

La historia de un desaparecido contada por su hijo

La madrugada del 24 de marzo de 1976, tanto para Haydée Nilda Pérez como para el resto del país comenzaba el momento más triste de sus vidas. Casi a la misma hora en que se consumaba el último golpe de Estado en Argentina, un grupo de tareas conformado por efectivos del Ejército y de la Policía irrumpía en su casa y secuestraba a su esposo. Fue la última vez que lo vio.

No era la primera vez que este tipo de gente entraba a las patadas en la vivienda ubicada en la calle Ortiz de Rosas, entre Segovia y Colón, en San Rafael. Unos días antes del golpe, durante un allanamiento, unos efectivos apartaron a su marido hacia un rincón y hablaron en privado con él. El mensaje fue claro: si quería seguir con vida, si quería seguir viendo a su esposa y su hijo de ocho meses, debía cerrar la boca y olvidarse de su militancia en el Partido Justicialista. Pero ya era demasiado tarde para Francisco Tripiana: su nombre había sido inscripto en una lista negra y su destino estaba en manos de los jefes del aparato represivo.

Francisco Tripiana tenía 33 años cuando se lo llevaron. Le decían “el Negro”, era pintor y tenía una gran ascendencia entre sus pares. Cuentan que era un tipo comprometido con sus ideales, y que por eso quienes lo conocieron lo recuerdan con frecuencia en las reuniones.

“Cada tanto, escucho a sus amigos nombrarlo o ponerlo como ejemplo de tal o cual cosa. Eso me llena de orgullo”, asegura Mariano Tripiana, su hijo, que por estos días vive un momento particular: logró ver en persona a los sospechosos de haber secuestrado, torturado y matado a su papá. Son esos hombres entrados en años y sin signos de arrepentimiento que están siendo juzgados en San Rafael por ser partícipes de cometer delitos de lesa humanidad.

La mañana siguiente en que raptaron a Francisco, su esposa fue hasta las instalaciones de Infantería a llevarle el desayuno. Hizo lo mismo durante varios días, a pesar de que era imposible verlo. Iba y le dejaba comida y saludos de su bebé.

El único momento de esperanza llegó a través de un mensaje un tanto bizarro. Un policía de guardia le contó que su marido había mandado a pedir una pastilla de carbón. Entendió entonces que todavía estaba vivo y que estaba padeciendo una de sus tantas crisis estomacales. En medio de la penuria, esa noticia parecía alentadora.

“Mi mamá pedía por favor que al menos dejaran que mi papá me viera a mí. Ella me contó que, como si yo hubiese entendido lo que pasaba, lloraba todo el día, y que se notaba que extrañaba. Pidió por favor, pero nunca le dieron el gusto”, relata Mariano.

Una mañana el desayuno quedó intacto. Desde los calabozos mandaron a decir que se llevaran la comida y el termo porque el detenido en cuestión no estaba más en ese lugar. Haydée preguntó qué había pasado y la respuesta fue por demás confusa. Le contestaron que Francisco Tripiana había sido liberado y que si no había regresado a su casa no era responsabilidad de ellos.

La mujer desesperó. Comenzó a buscarlo por tribunales, en la Municipalidad, en los hospitales… por todos lados. Nunca lo encontró.

El angustiante periplo de Haydée se potenció cuando un policía la hizo echar de la fábrica en la que trabajaba. No era un policía cualquiera; era su vecino, Daniel López (fallecido), el que una y otra vez insistía, con un cinismo desgarrador, “ya va a aparecer, si lo dejamos en la puerta de la casa”.

La esposa del efectivo completaba el cuadro. De manera confidente sugería que Francisco había decidido marcharse con otra mujer.

“Me gustaría verle la cara ahora. A ver si se hubiese animado repetir eso delante de mi mamá. Desde que empezó el juicio, la veo recordar todo lo que pasó y es muy doloroso. Arruinaron familias por varias generaciones, porque hasta mi hija que tiene 11 años me escribió una carta preguntándome por mi abuelo”, sentencia Mariano.

Y agrega: “Yo era muy chiquito… pero me acuerdo de Turrela, la perra que me cuidaba cuando mi mamá salía a buscar a mi viejo. Como ellos no tenían familia acá, tuvo que hacer todo sola. Me dejaba en la cuna y me cuidaba la perra. Cuando me escuchaban llorar, los vecinos se acercaban para ver si estaba todo bien. Mi vieja estuvo sola todo el tiempo y peleó hasta donde pudo. Hoy por hoy, sé que ella tiene la esperanza de que un día se abra la puerta y sea mi papá”.